marzo 31, 2010

¿Felicidad?

¿Dolor en el corazón?, ¿culpa? No lo sabía, lo único de lo que tenía noción en esos momentos era de su insomnio y de cómo su cigarro se consumía entre sus dedos. Lo observó, y notó que le pasaba exactamente lo mismo que a su felicidad: se consumía en cuestión de unos pocos minutos, y cuanto más lo disfrutaba, más rápido se iba. Suponía que así era la vida, pero seguía buscando el por qué. ¿Por qué?


Sentado solo en la mesa de aquel oscuro bar, miró su entorno: había parejas por todos lados y unos tantos tipos ebrios, seguramente, ahogando sus penas en el alcohol, en la promiscuidad de ese estúpido bar. Tan estúpido, que él no lo podía dejar de frecuentar. Se había convertido prácticamente en su hogar, donde nadie lo molestaba, ni le echaba miradas fugaces.


Generalmente, al instante de sentarse en esa polvorienta mesa, lo atendía Tomás, su mesero favorito. Hasta podría decirse que ambos habían logrado hacerse amigos, lo cual no le resultaba demasiado fácil en aquellos días. Todo cambió repentinamente cuando decidió sentarse en una mesa al aire libre, ya que la noche estaba muy agradable; el cielo totalmente despejado, las estrellas brillaban y una cálida brisa removía su melena castaña oscura. Sí, todo cambió. Todo cambió cuando la vio a ella.


No era muy alta, ni demasiado delgada; blanca como la nieve y pecosa, su largo cabello negro caía con extraordinaria gracia hasta su cintura. Lo que más le impactó fue mirarla a los ojos y descubrir que un par de faroles azules le devolvían tiernamente la mirada. Probablemente, en algún otro momento de su vida, aquella hermosa chica, que no debía tener más de 18 años, no le hubiera llamado la atención. Pero, sin saberlo, era lo que siempre había estado buscando. Con tan solo una sonrisa, todo su dolor pareció desaparecer, sentía que se dejaba de sentir vacío. De un momento a otro, sus ojos volvieron a brillar, y sus blancos dientes volvieron a resaltar en su rostro.




Tras contemplar e intercambiar miradas y sonrisas con aquella bella mujer, por primera vez en mucho tiempo, decidió volver a su casa a mitad de la noche. Aunque no lo crean, luego de un año con una vida vacía, y llena de culpa y tristeza, esta corta melena castaña volvió a apoyarse contra la almohada, conciliando por fin el sueño.

¿Cuánto puede una sonrisa nuestra hacer feliz a alguien más?

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