noviembre 14, 2010

Suicidal act

Sangre por todas partes, un cuchillo de cortar carne y una mano colgando de la bañera. Al costado, un oso de peluche observaba atentamente la situación, pero su mirada plácida no parecía notar lo que allí había sucedido. Sus ojos vacantes, la piel fría como el hielo… siete, ocho, diez horas podrían haber pasado desde el momento en decidió herirse no solamente a sí mismo.


¿Cómo describir la sensación de vacío y culpa que sentía mientras se adentraba en la espesa niebla? El corazón había sido envuelto por el frío, nublándolo completamente en un invierno eterno que no tenía vuelta atrás. Los colores se desvanecían, a la vez que cualquier recuerdo lleno de felicidad se esfumaba lentamente de aquel corazón que latía sin ningún incentivo, que latía simplemente por latir.
Árboles desnudos, niebla y el gris del asfalto observaban como aquel corazón sin esperanzas era arrastrado por un cuerpo sin sensaciones ni rumbo alguno. Comenzaba a llover, caían gruesas gotas de lluvia sobre la pecosa nariz del muchacho que enfriaron hasta sus huesos, haciéndolo reaccionar. Este no podía ser su final.


Nada de lo que había hecho había sido suficiente, pero ya no podía volver el tiempo atrás. Un corazón roto, un alma desangrándose por dentro, donde la peor parte es que nada podría jamás ser suficiente para llenar el vacío en el que había sido sumergida. Y de todo esto podemos echarle la culpa a un extraño sentimiento, estado del alma o como quiérase llamarle, denominado amor.


Chorreaba agua de su oscuro cabello, negro como la noche, mientras buscaba las llaves de su casa en la desordenada mochila que llevaba colgada a la espalda. Cuando por fin consiguió abrir la puerta, su casa estaba, como no podía ser de otra manera, vacía. Se dirigió a su habitación, desparramando sus pertenencias por el camino.
Mientras miraba el techo, abrazaba a aquel oso de peluche que había estado con él hasta el último momento y que aún conservaba ese olor, ya que había sido sacado de su casa hacía un par de horas atrás. En un llanto silencioso, recordó cada beso, cada caricia… cada “Te amo” que había salido de sus labios. Por un momento, hasta creyó haber visto ese par de brillosos ojos azulados, que el día anterior lo miraban con ternura.


Era algo más fuerte que un simple amor adolescente, era una forma de vida, algo por lo que ambos habían optado y estaban dispuestos a asumir las consecuencias. O al menos, eso creía él. ¿Por qué acaso nadie entendía que hubiera dado su vida por su ser amado?, ¿cuál era la parte extraña de todo eso? La gente juzga. Y lo peor, es que a uno le afecta.
Lo cierto es que el sentimiento parecía no haber sido mutuo, por lo menos, no lo suficiente para tomar coraje y salir adelante.
¿Cuánto podemos lastimar a alguien por miedo a ser quienes somos?

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