julio 12, 2011

Comienzo.. y final

La noche era húmeda y ventosa, dos niños disfrazados de calabaza caminaban como patos por la plaza, y las vidrieras de las tiendas, cubiertas de arañas de papel, exhibían toda la parafernalia decorativa con que los muggles reproducían un mundo en que no creían. Y él se deslizaba con esa sensación de determinación, poder y potestad que siempre experimantaba en tales ocasiones. No era rabia... eso era para almas más débiles que la suya. No era rabia sino triunfo, sí... Había esperado mucho ese momento, lo había deseado tanto...
-¡Bonito disfraz, señor!
Vio cómo la sonrisa del niño flaqueaba cuando se acercó lo suficiente para espiar bajo la capucha de la capa; percibió el miedo ensombrecido en su maquillado rostro. Entonces el niño se dio vuelta y huyó. Él aferró su varita mágica bajo la túnica... Un solo movimiento y el niño nunca llegaría a los brazos de su madre. Pero no hacía falta, no hacía ninguna falta...
Y siguió por otra calle más oscura, y por fin divisó su destino; el encantamiento Fidelio se había roto, aunque ellos todavía no lo supieran... Haciendo menos ruido que las hojas secas que se deslizaban por la acera. cuando llegó a la altura del oscuro seto miró por encima de él.
No habían corrido las cortinas, así que los vio claramente en la pequeña sala: él -alto, moreno y con anteojos- hacía salir de su varita nubes de humo de colores para complacer al niño de pelo negro y pijama azul. El niño reía e intentaba atrapar el humo, asirlo con su manita...
Se abrió una puerta y entró la madre; dijo algo que él no pudo oír, ya que el largo cabello pelirrojo le tapaba la cara. Entonces el padre levantó al niño del suelo y se lo dio a la madre. Dejó su varita mágica encima del sofá y se desperezó bostezando...
La puerta chirrió un poco cuando la abrió, pero James Potter no la oyó. Su blanca mano sacó la varia de debajo de la capa y apuntó a la puerta, que se abrió de par en par.
Ya había traspuesto el umbral cuando James llegó corriendo al vestíbulo. Fue fácil, demasiado fácil, ni siquiera llevaba su varita mágica...
-¡Toma a Harry y vete, Lily! ¡Es él? ¡Corre, vete! ¡Yo lo contendré!
¡Contenerlo! ¡Sin una varita a mano! Rió antes de lanzar la maldición.
-¡Avada Kedavra!
La luz verde inundó el estrecho vestíbulo, iluminó el cochecito apoyado contra la pared, reverberó en las barandas como si fueran flourescentes, y James Potter se desplomó como una marioneta a la que le han cortado los hilos.
La oyó gritar en el piso de arriba, atrapada, pero mientras fuera sensata, al menos ella no tenía nada que temer. Subió la escalera, escuchando con cierto regocijo los ruidos que la mujer hacía mientras intenaba atrincherarse. Ella tampoco llevaba encima su varita mágica... Qué estúpidos eran y qué confiados; pensar que podían dejar su seguridad en manos de sus amigos, o separarse de sus armas aunque fuera sólo un instante.
Forzó la puerta, apartó con un único y lánguido movimiento de la varita la silla y las cajas que Lily habñia amontonado apresuradamente... Y allí la encontró, con el niño en brazos. Al verlo, ella dejó a su hijo en la cuna que tenía detrás y extendió ambos brazos, como si eso pudiera ayudarla, como si apartándolo de su vista fuera a conseguir que la eligiera a ella.
-¡Harry no! ¡Harry no! ¡Harry no, por favor!
-Apártate, necia. Apártate ahora mismo...
-¡Harry no! ¡Por favor, máteme a mí, pero a él no!
-Te lo advierto por última vez...
-¡Harry no! ¡Por favor... tenga piedad... tenga piedad! ¡Harry no! ¡Harry no! ¡Se lo ruego, haré lo que sea!
-Apártate. Apártate, estúpida...
Podría haberla apartado él mismo de la cuan, pero le pareció más prudente acabar con todos.
La luz verde destelló en la habitación y Lily se desplomó igual que su esposo. El niño no había llorado en todo ese rato; ya se sostenía en pie, agarrado a los barrotes de la cuna, y miró con expectación al intruso, quizá creyendo que quien se escondía bajo la capa era su padre, haciendo más luces bonitas, y que su madre se levantaría en cualquier momento, riendo...
Con sumo cuidado, apuntó la varita a la cara del niño: quería ver cómo sucedía, captar cada detalle de la destrucción de ese único e inexplicable peligro. El pequeño rompió a llorar: ya había comprendido que aquél no era su padre. A él no le gusó oírlo llorar; en el orfanato nunca había soportado oír llorar a los niños pequeños...
-¡Avada Kedavra!
Y entonces se derrumbó: no era nada, sólo dolor y terror, y tenía que esconderse, no allí, entre los escombros de la casa en ruinas, donde el niño seguía llorando, atrapado, sino lejos, muy lejos...


Cap 17, "El Secreto de Bathilda"
Harry Potter y las Reliquias de la Muerte
J.K. Rowling


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A tres días del final de la saga que cambió y moldeó mi vida, decidí hacer esta entrada en el blog para honrarla y agradecerle eternamente. Gracias, Harry Potter, por tantas alegrías y emociones. Gracias por hacerme creer en la magia :)


Atte.,
Leta

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